Día de las escritoras: poemas de Louise Glück

Louise Glück escritora

El lunes más cercano a la festividad de Teresa de Jesús, que tiene lugar el 15 de octubre, se conmemora en España el Día de las Escritoras impulsado por la Biblioteca Nacional de España en colaboración la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE) y con la Asociación Clásicas y Modernas. Empezó a celebrarse en 2016 con el objetivo de reivindicar la labor y el legado de las escritoras a lo largo de la historia.

Teniendo en cuenta que solo hace unos días se ha concedido el Premio Nobel de Literatura a la poeta estadounidense Louise Glück, leeremos en clase algunos de sus poemas y conjuntamente entre distintos cursos se elaborará un mural con sus versos a partir de la siguiente selección realizada por la Biblioteca del IES Profesor Tomás Hormigo.

Si Glück ha sido la última escritora reconocida a nivel internacional, no nos queremos olvidar de la primera autora literaria de la historia, la sacerdotisa y poeta, Enheduanna, una de las grandes desconocidas de la historia. Vivió hace más de 4.000 años.

Poemas de Louise Glück

Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol, 
un granjero quema hojas secas. 
No es nada, este fuego. 
Es cosa pequeña, controlada, 
como una familia gobernada por un dictador. 
Aun así, cuando arde, el granjero desaparece; 
es invisible desde el camino. 
Comparados con el sol, aquí todos los fuegos 
son breves, cosa de aficionados; 
se acaban cuando se consumen las hojas. 
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas. 
Pero la muerte es real. 
Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer, 
hubiera hecho crecer el campo y entonces 
hubiera inspirado la quema de la tierra. 
Así que ahora puede ponerse. 

Del libro Una vida de pueblo

El iris salvaje

Al final del sufrimiento 
me esperaba una puerta. 
Escúchame bien: lo que llamas muerte 
lo recuerdo. 
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante. 
Y luego nada. El débil sol 
temblando sobre la seca superficie. 
Terrible sobrevivir 
como conciencia, 
sepultada en tierra oscura. 
Luego todo se acaba: aquello que temías, 
ser un alma y no poder hablar, 
termina abruptamente. La tierra rígida 
se inclina un poco, y lo que tomé por aves 
se hunde como flechas en bajos arbustos. 
Tú que no recuerdas 
el paso de otro mundo, te digo 
podría volver a hablar: lo que vuelve 
del olvido vuelve 
para encontrar una voz: 
del centro de mi vida brotó 
un fresco manantial, sombras azules 
y profundas en celeste aguamarina. 
 
Del libro El iris salvaje

Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores. 
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: 
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba 
con placas de granito en el centro: 
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras 
llena de mugre algunas veces… 
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo. 
Pero en mi hermana, la cosa es distinta: 
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre 
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo. 
Cada primavera, espera las flores. 
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende 
que es mi madre quien paga; después de todo, 
es su jardín y cada flor 
es para mi padre. Ambas ven 
la casa como su auténtica tumba. 
No todo prospera en Long Island. 
El verano es, a veces, muy caluroso, 
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores. 
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo, 
eran tan frágiles… 
(del libro ‘Ararat’) 
La decisión de Odiseo
El gran hombre le da la espalda a la isla. 
Su muerte no sucederá ya en el paraíso 
ni volverá a oír 
los laudes del paraíso entre los olivos, 
junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses. 
Da comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez 
ese latido que es la narración 
del mar, al alba cuando su atracción es más fuerte. 
Lo que nos trajo hasta aquí 
nos sacará de aquí; nuestra nave 
se mece en el agua teñida del puerto. 
Ahora el hechizo ha concluido. 
Devuélvele su vida, 
mar que sólo sabes avanzar. 
(Del libro ‘Praderas’) 
La primera nieve
Como una niña, la tierra se va a dormir, 
o al menos así dice el cuento. 

Pero no estoy cansada, dice, 
y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí. 
Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede. 
Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir. 
Porque la madre está mortalmente harta de su vida 
y necesita silencio.
 
Del libro Una vida de pueblo

Madre e hijo 

Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.

Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.

Soñamos; no recordamos.

La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.

Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.

Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.

Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.

Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:

¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?

Del poemario Las siete edades

La canción de Penélope 

Pequeña alma, siempre desvestida,
haz esto que te ordeno, trepa
por los estantes de las ramas del abeto;
aguarda en la copa, atenta, como un
centinela o un vigía. Pronto llegará a casa;
te corresponde a ti ser
generosa. Tampoco tú has sido del todo
perfecta; con tu problemático cuerpo
has hecho cosas de las que no deberías
hablar en los poemas. Así que
llámalo a través del mar abierto, del mar resplandeciente
con tu canción oscura, con tu avariciosa,
forzada canción: apasionada,
como María Callas. ¿Quién
no te desearía? ¿A qué apetito
demoniaco no corresponderías? Pronto
regresará de allí por donde transcurra su viaje,
bronceado por el tiempo fuera de casa, reclamando
su pollo asado. Ah, tendrás que darle la bienvenida,
tendrás que sacudir las ramas del árbol
para captar su atención,
pero con cuidado, con cuidado, no sea
que desfiguren su hermoso rostro
demasiadas agujas al caer.

Del poemario Praderas (2017, traducido por Andrés Catalán)

Antes de la tormenta 

Habrá lluvia mañana, pero esta noche el cielo está despejado,
brillan las estrellas.
Aun así, se acerca la lluvia,
quizás suficiente para ahogar las semillas.
Hay un viento que empuja a las nubes desde el mar;
antes de verlas, sientes el viento.
Mejor miras los campos ahora,
observa cómo se ven antes de que se inunden.

Luna llena. Ayer, una oveja escapó al bosque,
y no cualquier oveja: el carnero, el futuro entero.
Si lo vemos de nuevo, veremos sus huesos.

La hierba se estremece un poco; tal vez el viento pasa a través de ella.
Y las nuevas hojas de los olivos tiemblan del mismo modo.
Ratones en los campos. Donde cace el zorro,
habrá sangre mañana en la hierba.
Pero la tormenta, la tormenta la lavará.

En una ventana, hay un chico sentado.
Lo mandaron a dormir, en su opinión, demasiado temprano. Así que se sienta junto a la ventana;

ahora todo está resuelto.
Donde estés es donde dormirás, donde despertarás la mañana siguiente.

Del poemario Una vida de pueblo

Un mito sobre la inocencia 

Un verano sale al campo, como de costumbre,
se para un momento en el estanque donde suele
mirarse para ver si detecta algún cambio.
Ve a la misma persona, la túnica horrible
de su condición de hija aún sobre sus hombros.

En el agua el sol parece estar al lado.
Ella piensa: Otra vez mi tío que me espía.
Todo en la naturaleza es, de algún modo, su pariente.
Piensa: Nunca estoy sola
y hace del pensamiento una plegaria.
La muerte viene así, como respuesta a una plegaria.

Nadie puede ya entender lo hermoso que él era.
Perséfone sí lo recuerda, y que él la abrazaba allí,
delante de su tío.
Recuerda el reflejo del sol en sus brazos desnudos.

Eso es lo último que recuerda claramente.
Después el dios oscuro se la llevó.

Recuerda también, de un modo menos claro,
la terrible intuición de que ya jamás podría
vivir sin él.

Fragmento del poemario AvernO

Confesión

Mentiría si digo que no tengo miedo.
Le temo a la enfermedad, a la humillación.
Como todo el mundo tengo mis sueños.
Pero he aprendido a esconderlos,
a cuidarme a mí misma
de la plenitud: cualquier felicidad
atrae a las Furias del Destino.
Son hermanas, salvajes.
No poseen ningún tipo de emoción,
sólo envidia.


Lamium

Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,
bajo las copas inmensas de los arces.
 
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante,
como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
 
No todos necesitan de la luz
en igual medida. Algunos
creamos nuestra propia luz: una hoja plateada
como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata
poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
 
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan
que viven por la verdad, y en consecuencia,
aman todo lo que es frío.
 
Traducción de Eduardo Chirinos

El espejo

Mirándote en el espejo me pregunto
qué será ser tan bello
y por qué no te amas
sino te cortas, afeitándote
como un ciego. Creo que me dejas mirar
para poder ir contra ti mismo
con más violencia
necesitas mostrarme cómo te arrancas la carne
con desprecio y sin vacilación
hasta verte en la forma correcta,
como un hombre que sangra, no
como el reflejo que deseo.
 

Primer recuerdo

Hace mucho me hirieron. Viví
para vengarme
de mi padre, no
por lo que fue
sino por lo que era yo:
desde el principio de los tiempos,
en la infancia, pensé
que el dolor significaba
que no era amada.
Significaba que yo amaba.


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